Había una vez un matrimonio llamado Isabel y Roberto. Llevaban juntos durante más de 10 años en Sevilla y habían construido una vida juntos con dos hijos pequeños. Sin embargo, con el tiempo, se dieron cuenta de que sus metas y sueños habían cambiado y ya no estaban en la misma sintonía. Decidieron hablar abiertamente sobre sus sentimientos y llegaron a la conclusión de que lo mejor era divorciarse de mutuo acuerdo.
Isabel y Roberto se dieron cuenta de que ambos querían lo mejor para sus hijos y que no querían que el proceso de divorcio fuera difícil para ellos. Por lo tanto, decidieron llegar a un acuerdo juntos y evitar un juicio.
Con la ayuda de un mediador, Isabel y Roberto trabajaron juntos para resolver los detalles de la separación, incluyendo la custodia de los hijos, la distribución de bienes y la manutención. Ambos estaban dispuestos a ser flexibles y a hacer concesiones para llegar a un acuerdo justo.
Una vez que llegaron a un acuerdo, presentaron la solicitud de divorcio de mutuo acuerdo al juez y en pocas semanas, el matrimonio quedó legalmente disuelto. Isabel y Roberto se dieron cuenta de que podían seguir siendo amigos y co-padres de sus hijos. Se apoyaron mutuamente en las decisiones importantes relacionadas con los niños y se esforzaron por mantener una buena relación para el bienestar de todos.
Aprendieron que el divorcio no tiene por qué ser un proceso difícil y doloroso, sino que puede ser un proceso amistoso y de mutuo acuerdo, y que es posible poner los intereses de los hijos en primer lugar.