Juan y Ana llevaban juntos durante más de 15 años y habían construido una vida juntos en Sevilla con dos hijos adolescentes. Sin embargo, con el tiempo, se dieron cuenta de que habían cambiado y evolucionado como personas y que ya no eran felices juntos. Decidieron hablar sobre sus sentimientos y llegaron a la conclusión de que lo mejor era divorciarse de manera amistosa.
Juan y Ana habían sido muy cuidadosos en la educación de sus hijos y no querían que el divorcio les afectara. Por lo tanto, se aseguraron de mantener una buena comunicación y de poner a los intereses de los niños por encima de sus propios intereses. También se apoyaron mutuamente durante el proceso de divorcio y trabajaron juntos para encontrar una solución justa y equitativa para todos.
Una vez que se separaron legalmente, Juan y Ana se dieron cuenta de que podían seguir siendo amigos y co-padres de sus hijos. Se apoyaban mutuamente en las decisiones importantes relacionadas con los niños y se esforzaban por mantener una buena relación para el bienestar de todos.
Con el tiempo, Juan y Ana se dieron cuenta de que su amistad era una de las cosas más valiosas que habían conservado después del divorcio. Aprendieron que el amor no siempre dura para siempre, pero la amistad puede durar una vida. Y así, lograron un divorcio amistoso y sólido, que les permitió seguir siendo una familia unida a pesar de no estar casados.